Lissette González
Convengamos que los problemas de tráfico son parte de la cotidianidad en todas las grandes ciudades del mundo. Sabemos que no existe el paraíso urbano sin congestión, pero el problema de Caracas es que lo real maravilloso se haga presente incluso en el entorno supuestamente moderno de una gran ciudad.
Abundan los ejemplos: vías que se inundan aun cuando no estén junto a un curso de agua; huecos descomunales en calles y autopistas, capaces incluso de tragarse un camión; puentes convertidos en refugio de motociclistas durante el mal tiempo, sin importar que el resto de los transeúntes necesiten pasar; distribuidores cerrados por las autoridades porque viene una comitiva de la CELAC o porque hay un concierto; derrumbes en las múltiples colinas que forman parte de nuestro entorno.
Lo malo es que estas eventualidades no son esporádicas, nos hemos acostumbrado a que cotidianamente tengamos que soportar alguna catástrofe y a asumir con estoicismo el largo trámite de transitar por la ciudad. Alguien obligado a atravesar Caracas a diario, como es mi caso, se alegra cuando tardó “solo” 1 hora en volver a casa.
Esta situación es, por supuesto, otra evidencia de la ausencia de inversión en infraestructura: los caraqueños no hemos visto aumentos de nuestra vialidad en los últimos 20 años o más, pero además nuestra menguada red tampoco ha recibido el mantenimiento requerido. Nuestra precaria movilidad es consecuencia también de la inexistencia de políticas de transporte público que hagan atractivo dejar el carro en casa para moverse más rápido a través de la ciudad.
Mientras las políticas públicas brillan por su ausencia, la mayoría de los conductores se conforma con esperar largas horas en la autopista, pero también existimos los intrépidos dispuestos a transitar por los caminos verdes del oeste de Caracas. La polarización, la segmentación y desconocimiento de la ciudad y, sobre todo, el miedo al otro impiden que muchos se atrevan a abandonar la autopista. Conste que este no es un lugar seguro: tan frecuentes son los robos en el tráfico que muchos han decidido llevar en el carro una segunda cartera (con algo de dinero pero sin tarjetas bancarias o documentos) y un segundo celular para tener algo que entregar al asaltante sin incurrir en pérdidas importantes.
Quienes nos atrevemos a usar la Cota 905, la Av. San Martín, la Av. Bolívar, la Av. Lecuna y mi atajo favorito (cuyo nombre y ubicación no revelaré para que siga siendo la ruta de escape perfecta, sólo para iniciados) nos arriesgamos a que la aventura salga mal, pero en la mayoría de los casos logramos sortear el caos de la autopista y llegar más temprano. En cuanto a la seguridad, a mí en el oeste de la ciudad sólo me han asaltado una vez y fue hace más de 15 años en un carrito por puesto. Me robaron un celular hace unos meses, pero no fue en ninguna de estas incursiones, sino a pocas cuadras de la casa de mis suegros, temprano, en una zona supuestamente tranquila y de clase media.
Al final, me entristece que hayamos abandonado más de media ciudad, al punto que ni siquiera sabemos movernos por ella si no es a través de los diversos pasadizos entre nuestros enclaves, sea el Metro o la Autopista Francisco Fajardo. Nos perdemos así la posibilidad de saber que, después de todo, no somos tan distintos. ¿Cómo podemos construir un país para todos si no nos encontramos ni siquiera en las calles aún cuando habitamos la misma ciudad?
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Querida Lissette, desde muy lejos sigo tus travesías sorteando los caminos que van de tu casa a la UCAB. Siempre me pregunto cómo es posible que no se puedan hacer unos pequeños cambios que tendrían una repercusión enorme en el número de horas que al año se puede pasar el caraqueño medio en un carro.
Por ejemplo: que los conductores de autobuses dejen de ser un caos en su conjunto para convertirse en empleados «dignificados» de una empresa de transporte público que vela por el mantenimiento de las unidades, que vela por sus trabajadores y que regula el tránsito de los autobuses por la ciudad.
Por ejemplo que se lleve a cabo alguno de los cientos de planes urbanísiticos que muchos han planteado para la ciudad en la que siempre aparece una ampliación de avenidas, al menos de algunas avenidas…
Por ejemplo que se haga peatonal una gran parte de zonas en las que se debería poder ir caminando o en metro para evitar desplazamientos cortos que hacen intransitable algunas zonas.
Me lo pregunto, y me respondo, como caraqueña dolida, y es que parece que realmente existe una política pública oculta de hacer invivible e inviable Caracas. Favorecer el caos y la inseguridad nos ha hecho después de tantos años, un conglomerado pasivo que un día saltará… ojalá que saltemos con los planes urbanísticos en la mano!